(SPANISH) HONDURAS Y UNA AMÉRICA LATINA DIVIDIDA

COMMENTARY ARCHIVES, 12 Jan 2010

Embajador Robert E. White - Programa de las Américas, Centro de Política Internacional

A pesar de reportes creíbles de las campañas violentas contra los que apoyan al expulsado presidente, Mel Zelaya, el gobierno de facto de Honduras ha logrado reclamar elecciones presidenciales que salieron mejor de lo que la mayoría de los observadores habían previsto. El vencedor fácil fue el candidato conservador del Partido Nacionalista, Porfirio Lobo. Estados Unidos reconoció rápidamente los resultados de elección.

Sin embargo, en medio del regocijo general de que lo peor puede haber terminado, muchos hondureños temen que el éxito del golpe de Estado representa una amenaza para la estabilidad futura de un Estado democrático. Si las pocas docenas de hombres que mueven los hilos del poder y la riqueza pueden conllevar una pelea política más en la nación y generar el derrocamiento de un presidente electo, ¿cómo van a poder los futuros dirigentes democráticos a atreverse a desafiar la cultura de la riqueza y la impunidad que ha hecho a Honduras convertirse en una de las más corruptas, infestada de crimen, y una de las más injustas en el mundo?

Con el fin de tener alguna posibilidad de éxito en el restablecimiento de la paz, el orden y la democracia en Honduras, el Presidente Lobo requiere de la ayuda y el apoyo de todo el hemisferio, no sólo de los Estados Unidos. Sin embargo, la mayoría de los gobiernos de América Latina no reconocerá la validez de las elecciones de Honduras. Mientras que esto puede cambiar con el tiempo, las divisiones en el hemisferio se mantendrán porque el gobierno de Obama se olvidó de que, ante los ojos de América Latina, los Estados Unidos no estaba negociando en Honduras por sí mismo, pero si como la punta de lanza de una coalición diplomática hemisférica que busca un rápido y definitivo retorno al régimen constitucional. En su lugar, los diplomáticos de Washington cayeron en su posición tradicional en América Central, actuando como la potencia dominante arbitrando disputas entre facciones rivales de un Estado cliente.

Cuando el golpe de estado ocurrió hace cinco meses, el presidente Obama lo condenó como "ilegal" y afirmó que "sería un terrible precedente si nosotros empezamos a ir hacia atrás a la época en que observábamos los golpes militares como forma de transición política." A pesar de esta opinión presidencial, los diplomáticos de Washington pasaron los próximos siguientes meses aplacando a los que habían llevado a cabo el golpe de Estado, y rogándoles para que restablezcan al Presidente Zelaya, aunque sólo sea por unos días simbólicos, con el fin de obtener apoyo internacional para las próximas elecciones presidenciales.

Cuando el puñado de mediocres políticos y militares que diseñaron el golpe de Estado de Honduras se negó a ceder en el punto clave de la restauración del presidente constitucional, nuestros negociadores colapsaron. Sin consultar con la Organización de Estados Americanos o con sus importantes socios hemisféricos, Estados Unidos vendió a Zelaya, y estuvo de acuerdo en reconocer los resultados de las elecciones, sin considerar de quien se sentó en la silla presidencial. Entonces, después de haber logrado exactamente lo contrario de sus objetivos declarados, los diplomáticos regresaron a Washington para explicar cómo la derrota se iguala a victoria.

Mientras el Presidente Lula de Brasil, observo a los Estados Unidos remendar de mal manera el desafío directo de restaurar el orden constitucional de Honduras, criticó en público al presidente Obama por "ignorar América Latina." Aquí Lula no estaba insinuando que Obama había dado la espalda a los distintos países de la región, pero que había incumplido su compromiso, asumido en la Cumbre de las Américas, en busca de una "asociación entre iguales" con América Latina, en la que los Estados Unidos no imponen condiciones.

Lula, y otros líderes democráticos latinoamericanos, comprendieron que por "igual asociación" Obama significó una responsabilidad compartida y acción conjunta con otros estados americanos para salvaguardar el futuro de la democracia en el hemisferio. Desafortunadamente, en el caso de Honduras, nuestros diplomáticos aparentemente no escucharon el mensaje de Obama.

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Traducción por: Luis Saco

Robert E. White, ex-embajador de Estados Unidos en El Salvador y Paraguay, es presidente del Centro de Política Internacional.

GO TO ORIGINAL – PROGRAMA DE LAS AMÉRICAS, CENTRO DE POLITICA INTERNACIONAL

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