(Castellano) Los 10 Mandamientos para Salvar el Planeta, la Humanidad y la Vida

ORIGINAL LANGUAGES, 13 May 2019

Evo Morales Ayma [by Leonardo Boff] – TRANSCEND Media Service

5 mayo 2019 – El presidente de Bolivia, Evo Morales Ayma, se ha destacado mundialmente por proponer los 10 mandamientos para salvar el planeta, la humanidad y la vida. Proclamó estos 10 mandamientos en un famoso discurso en la ONU el 22 de abril de 2002 cuando se aprobó unánimemente que este día, el 22 de abril, no sería simplemente el Día de la Tierra sino el Día de la Madre Tierra. En estos mandamientos resuenan las voces de los pueblos originarios como los andinos que mucho nos tiene que enseñar sobre cómo tratar a la Tierra como Madre y cómo realizar el “bien vivir” entre todos los humanos y también entre todos los seres de la naturaleza. Yo estaba presente en esta sesión y escuché su discurso como uno de los más conmovedores ya vividos en mi vida. Comenzó diciendo: “Yo, representante de los pueblos humildes de la tierra, vengo de rodillas, pedir a todos que no continúen maltratando a la Madre Tierra que ya está enferma”. Para romper esta violencia propusimos 10 mandamientos de cómo salvar a Pacha Mama, la humanidad y la vida. Reproducimos aquí los 10 mandamientos pues pueden inspirar a muchos que se preocupan por la Casa Común y su futuro.
— Leonardo Boff

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Nosotros, los pueblos indígenas del planeta, hemos sentido y practicado siempre un gran respeto por la Madre Tierra. Para nosotros, la Madre Tierra es la Vida misma, y por eso vivimos durante miles y miles de años en armonía con la naturaleza.

Hoy nuestra Madre Tierra está gravemente enferma. El planeta tiene fiebre. Nunca antes hemos visto cómo desaparecen los nevados y los glaciares. Nunca antes hemos visto cómo desaparecen miles de especies de animales y plantas. Nunca antes hemos sido testigos de tantos desastres sociales y ambientales, cada vez más fuertes y frecuentes.

Estamos en un momento de la historia en el que debemos tomar decisiones, antes que la naturaleza las tome por nosotros. Si la temperatura del planeta sigue subiendo y no hacemos nada, el impacto del cambio climático puede tener consecuencias fatales para el planeta, la humanidad y la vida.

Ya no tenemos mucho tiempo. Debemos actuar rápidamente. Este milenio que apenas ha empezado debe ser el Milenio de la Vida, el Milenio de la Esperanza, el Milenio de la Armonía entre seres humanos y la naturaleza.

Por eso propongo estos 10 Mandamientos para salvar el planeta, la humanidad y la vida.

  1. Acabar con el capitalismo

Ya no quedan dudas de que el cambio climático es el resultado de la actividad humana. Miles de científicos de todo el mundo han dicho su palabra. Ya no quedan dudas de los terribles efectos que puede causar un aumento de la temperatura del planeta en las próximas décadas.

Todos sabemos ahora que el calentamiento global del planeta se debe a la emisión de dióxido de carbono. Y todos sabemos que la emisión de dióxido de carbono se debe al uso excesivo del petróleo y otras energías fósiles. Por eso en todo el mundo se realizan campañas para consumir menos petróleo, reducir las emisiones de carbono, reciclar la basura y proteger el medio ambiente.

Ahora ya sabemos que si la temperatura del planeta aumenta entre uno y seis grados centígrados en los próximos 100 años, desparecerían entre un quinto y un tercio de todas las especies de flora y fauna del mundo. Ese aumento provocaría, además, la inundación de islas y costas en las que viven millones de personas.

Los científicos nos han dicho, sin embargo, que esas campañas no han logrado frenar el calentamiento global del planeta.

Nosotros, los pueblos indígenas, sabemos que esas campañas no enfrentan la causa estructural que ha provocado la más grave de todas las enfermedades que sufre la Madre Tierra.

Nosotros sabemos que para curar a la Madre Tierra es necesario tener conciencia de que esa enfermedad tiene nombre y apellido: el sistema capitalista mundial.

No es suficiente ni justo decir que el cambio climático es sólo el resultado de la actividad del ser humano sobre el planeta. Hace falta decir que es un sistema, una manera de pensar y sentir, una manera de producir riqueza y pobreza, un patrón de “desarrollo”, que nos está llevando al borde del abismo.

Es la lógica del sistema capitalista la que está destrozando el planeta, es la ganancia, la obtención de más y más ganancia por sobre todas las cosas. Es la lógica de las empresas transnacionales a las que sólo les importa aumentar las utilidades y bajar los costos. Es la lógica del consumo sinfín, de la guerra como instrumento para adueñarse de mercados y recursos naturales, y no importa si para conseguir más mercados y más ganancia se tiene que destruir los bosques, explotar y despedir trabajadores y privatizar los servicios esenciales para la vida humana.

Es en la competencia y el lucro, el motor del sistema capitalista, donde debemos encontrar el origen, las causas y explicaciones del cambio climático.

Para el capitalismo no hay ningún objeto sagrado ni digno de respeto. En manos del capitalismo todo se convierte en mercancía: el agua, la tierra, el genoma humano, las culturas ancestrales, la justicia, la ética, la muerte… la vida misma. Todo, absolutamente todo, se vende y se compra en el capitalismo. Y hasta es posible que el propio cambio climático termine convirtiéndose en  mercancía.

  1. Renunciar a la guerra

No hay peor agresión a la Madre Tierra y a sus hijos que la guerra. La guerra destruye la vida. Nada ni nadie puede excluirse de una guerra. Sufren los que pelean y los que se quedan sin pan por alimentar a la guerra. Sufre la tierra y la biodiversidad. Nunca más el medio ambiente volverá a ser el mismo después de una guerra.

Las guerras son el más grande despilfarro de vida y de recursos naturales. Nosotros los bolivianos sabemos lo que significa una guerra. En la Guerra del Pacífico, en el siglo XVIII, perdimos nuestra salida al mar. Fue una guerra promovida por las empresas inglesas asentadas en Chile que querían el control del guano, el salitre y el cobre. En la Guerra del Chaco, entre los años 1932 y 1936, Bolivia y Paraguay entregaron la vida de más de 90 mil combatientes. Fue una guerra causada por la ambición de dos grandes transnacionales petroleras: la Standard Oil y la Shell. Perdimos también el Acre boliviano porque era una zona rica en goma y caucho.

Esas son las razones históricas que nos han obligado a incluir un artículo en nuestro proyecto de nueva Constitución Política del Estado que expresamente dice:

“Bolivia es un Estado pacifista, que promueve la cultura de la paz y el  derecho a la paz, así como la cooperación entre los pueblos de la región y del mundo, a fin de contribuir al conocimiento mutuo, al desarrollo equitativo y a la promoción de la interculturalidad, con pleno respeto a la soberanía de los estados. Bolivia rechaza toda guerra de agresión como instrumento de solución a los diferendos y conflictos entre estados…” (Art. 10).

No podemos caer en el engaño. Mientras subsista el capitalismo subsistirán los efectos del cambio climático; mientras exista el capitalismo las emisiones de carbono seguirán aumentando, la frontera agrícola se irá ampliando y la basura continuará inundando el planeta. No nos engañemos, los ideales de una vida libre y digna son incompatibles con el modo de vida del capitalismo.

Si queremos iniciar una discusión seria y sincera sobre el cambio climático tenemos que saber que se trata la lucha entre dos formas de vida, entre dos culturas: la cultura de la basura y la muerte, y la cultura de la vida y la paz. Ésta es la esencia de la discusión sobre el cambio climático.

Para preservar el planeta, la vida y la propia especie humana, debemos acabar con el capitalismo.

Hay que reafirmar elderecho a la paz, así como la cooperación entre los pueblos de la región y del mundo, a fin de contribuir al conocimiento mutuo, al desarrollo equitativo y a la promoción de la interculturalidad, con pleno respeto a la soberanía de los estados. Bolivia rechaza toda guerra de agresión como instrumento de solución a los diferendos y conflictos entre estados…” (Art. 10).

Ahora, en pleno siglo XXI, las guerras son más sofisticadas, pero las razones que las promueven siguen siendo las mismas. Hoy, sin embargo, los pueblos del mundo contamos con la información que nos permite denunciar el despilfarro de los recursos destinados a la guerra.

El gasto total de los EE.UU. en la guerra de Iraq podría haber cubierto la totalidad del dinero necesario para cubrir todas las inversiones en energías renovables mundiales de aquí a 2030, para reducir la tendencia al calentamiento global.

La guerra en Irak ha sido responsable de al menos 141 toneladas métricas de dióxido de CO2 equivalente desde marzo de 2003. Esta cantidad emitida de CO2 equivale a las emisiones de 25 millones de coches.

Si las emisiones de la guerra se contasen como si fueran las de un país, este emitiría más CO2 anualmente que el que emiten al año 139 países.

Barack Obama habia prometido invertir 150.000 millones de dólares en los próximos 10 años para la próxima generación en tecnología e infraestructuras de la energía verde. Los EEUU gastaron casi esa cantidad en 10 meses en Irak.

El presupuesto militar de todos los países del mundo supera los 1.100 billones de dólares al año6. Estados Unidos es responsable de casi la mitad de este presupuesto; Japón, Gran Bretaña, Francia y China son responsables del 17 por ciento de ese presupuesto. Varios estudios muestran que con sólo 24 billones de dólares al año -el 2,6 por ciento del presupuesto destinado a la guerra- se podría reducir a la mitad la población que sufre hambre en el planeta. Otro dato: con sólo 12 billones de dólares -el 1,3 por ciento del presupuesto mundial para la guerra- se podría garantizar salud reproductiva a todas las mujeres del mundo.

En base a esas cifras, los pueblos del mundo tenemos derecho a preguntar: ¿cómo se puede entender que con una mano se recauden cientos de millones de dólares destinados a combatir el cambio climático y que, con la otra mano, se gasten miles de millones de dólares en los presupuestos de la muerte y la destrucción?

Hay una sola respuesta a esa pregunta: no hay capitalismo sin guerra, la guerra es una de las grandes industrias del capitalismo, la segunda industria más grande a nivel mundial.

Una vez más, no podemos caer en la trampa del engaño. Si queremos salvar al planeta tenemos que acabar con la industria de la muerte y la destrucción; tenemos que asumir la Cultura de la Paz y la Vida como guía para resolver los problemas y conflictos del mundo; tenemos que renunciar a la carrera armamentista e iniciar el desarme para garantizar la preservación de la vida del planeta.

Nosotros, los pueblos indígenas del planeta, debemos decirle al mundo que creemos que los millones y millones de dólares que hoy se destinan a la industria de la muerte deben destinarse a un gran fondo común para salvar al planeta, la humanidad y la vida.

  1. Un mundo sin imperialismos ni colonialismos

El sistema capitalista lleva en sus entrañas al imperialismo y al colonialismo. Dominar al otro, someter al otro, controlar al otro y subordinar al otro, son las formas de “vida” de este modelo de “desarrollo” basado en la competencia y no en la complementariedad.

Nosotros, los pueblos indígenas del mundo, somos los que más hemos padecido las consecuencias del colonialismo y el imperialismo. No solamente nos han despojado de nuestros territorios en nombre de la “civilización”, sino que han pretendido despojarnos de nuestra identidad. Han querido “civilizarnos” como si fuéramos animales sin alma.

El colonialismo y el imperialismo parten de la premisa de que hay un mundo por descubrir, un mundo por conquistar, un mundo por dominar.

Durante siglos, imperialistas y colonialistas han querido imponernos la idea de que el Norte es quien tiene que enseñar y el Sur quien tiene que aprender.

El colonialismo y el imperialismo conciben un mundo dividido y fragmentado. En un lado están ellos y en el otro lado nosotros, el resto del mundo. Durante siglos, han dividido el mundo en dos: un mundo de prosperidad y progreso, y un mundo de atraso y descuido, un mundo “desarrollado” y un mundo “subdesarrollado”.

Sucede que ahora, ante la tragedia del medio ambiente que vive el planeta, somos “todos” responsables, los “desarrollados” y los “subdesarrollados”. Esto no es verdad, esto es una impostura.

Desde 1860, Europa y Norteamérica han contribuido con el 70 por ciento de las emisiones de Dióxido de Carbono que están provocando el efecto invernadero que sobrecalienta el planeta; el principal responsable de la sobreexplotación de los

bosques, la flora, la fauna, el agua, los minerales y el petróleo es el Norte “desarrollado”. Es el Norte “desarrollado” el que ha basado su crecimiento económico en la mayor utilización de los recursos mundiales y en el saqueo de los países del Sur.

No vamos a pisar la trampa: ¡es el Norte “desarrollado” quien tiene una inmensa deuda ecológica con el Sur y con el mundo entero!

En el mundo del “desarrollo” capitalista y en el foro que reúne a todos los países, la Organización de Naciones Unidas (ONU), no todos los países somos iguales. En la ONU hay países de primera y hay países de segunda. Los países de primera son los países que tienen el derecho a veto. De los 189 países de la ONU, un puñado de cinco países vitalicios, en el llamado Consejo de Seguridad, tienen el poder de impedir cualquier acuerdo con un sólo voto, con su propio voto.

Este es otro ejemplo de imperialismo y colonialismo en pleno siglo XXI. Nosotros, los pueblos indígenas del mundo, creemos que es necesario democratizar efectivamente el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Ya no deben haber miembros vitalicios con derecho a veto. Todos debemos tener los mismos derechos.

Un mundo de naciones con los mismos derechos debe ser un mundo donde se reconozcan las diferencias y las asimetrías entre países, un mundo donde se tomen en cuenta los desbalances entre regiones y países, un mundo donde se otorgue un trato diferenciado y más favorable a las economías mas pequeñas.

No es posible competir en condiciones de igualdad en un mundo desigual. En vez de competencia debe haber complementariedad. Debemos tomar en cuenta las particularidades, las diferencias, las fortalezas y debilidades de cada país y de cada región. Debemos buscar complementarnos y no competir entre nosotros.

Un mundo multipolar es un mundo sin imperialismos ni colonialismo, un mundo más equilibrado, sin centros hegemónicos de poder, diverso y complementario.

  1. El agua como derecho de todos los seres vivos

Sin agua no hay vida. La provisión de agua dulce está disminuyendo a nivel mundial. Una persona de cada cinco ya no tiene acceso al agua potable7. Casi una de cada tres personas no dispone de medios de saneamiento adecuados. De todas las crisis sociales y naturales que afrontamos los seres humanos, la del agua es la que más afecta a nuestra propia supervivencia y la del planeta.

Se prevé que en los próximos 20 años el promedio mundial de abastecimiento de agua por habitante disminuirá en un tercio. Son tres las causas de este desastre: el crecimiento de la población, el crecimiento de la contaminación y el cambio climático.

Según un informe de Naciones Unidas, a mediados de este siglo, y en el mejor de los casos, dos mil millones de personas en 48 países sufrirán de escasez de agua.

No todos tienen el mismo acceso al agua. Los niños nacidos en países “desarrollados” consumen entre 30 y 40 veces más agua que los nacidos en países “en desarrollo”. Los más afectados siguen siendo los pobres, ya que el 50 por ciento de la población de los países “en desarrollo” está expuesta al peligro que representan las fuentes de agua contaminada.

A mediados de este siglo el planeta habrá perdido 18.000 kilómetros cúbicos de agua dulce, una cantidad nueve veces mayor que la se utiliza cada año para el riego9.

Para el año 2020, hasta 250 millones de habitantes de África subsahariana afrontarán escasez de agua, y en algunos países la producción de alimentos podría reducirse a la mitad, según el informe del Panel Intergubernamental en Cambio Climático (IPCC) organizado por Naciones Unidas.

Ciertas regiones de Asia se verán en peligro por el derretimiento de los glaciares en regiones montañosas como el Himalaya. En Bolivia los grandes nevados están perdiendo su poncho blanco. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe ha estimado en 517 millones de dólares, un 5.4% del PIB de Bolivia, las pérdidas sufridas por las inundaciones recientes sufridas por el efecto denominado “La Niña”.

Para enfrentar esta crisis mundial del agua debemos empezar por declarar el acceso al agua como un derecho humano y, por lo tanto, como un servicio público que no puede privatizarse.

Si el agua se privatiza y mercantiliza, no podremos garantizar agua para todos. Es fundamental asumir el agua como un derecho humano.

Nosotros, los pueblos indígenas del planeta, le decimos al mundo: el agua, como derecho de todos los seres vivos y de la misma Madre Tierra, tiene que ser preservado y protegido del libre mercado y de los acuerdos comerciales; el agua, como derecho de todos,

debe ser excluida de la Organización Mundial del Comercio; el agua y los servicios de agua potable, como derecho de todos los pueblos, debe estar fuera de las leyes del mercado y el lucro.

Los pueblos indígenas estamos empeñados en organizar y promover una Convención Internacional del Agua para consagrar el agua como derecho humano, para proteger las fuentes de agua y evitar su privatización y acaparamiento por unos pocos.

Garantizar el agua como derecho humano y como derecho de todos los seres vivos, es una tarea impostergable para salvar el planeta, la humanidad y la vida.

En el año 1751 se estima que las emisiones de dióxido de carbono provenientes de la quema de combustibles fósiles era de 3 millones toneladas. En el año 2006 se emitieron a la atmósfera 8.379 millones de toneladas de dióxido de carbono.

  1. Energías limpias y amigables con la naturaleza

Unos cuantos datos nos permiten entender qué está pasando en el mundo en cuanto al uso de energías y su relación con la naturaleza.

En la actualidad hay más dióxido de carbono en la atmósfera que en cualquier momento de los 650.000 años anteriores. En el 2007, la concentración atmosférica de dióxido de Carbono era 37 % mas que al comienzo de la revolución industrial.

En sólo dos siglos se ha consumido gran parte de energía fósil creada en millones de años.

¿Y qué se puede decir del petróleo? Estamos viviendo el principio del fin de la era del petróleo. Si el ritmo de la producción de petróleo continúa como hasta ahora, y siempre que no se encuentren nuevos y grandes yacimientos, las actuales reservas mundiales durarían apenas unos 50 años. Las únicas reservas mundiales de petróleo que crecen son las de los países árabes, pero se estima que comenzarán a disminuir a partir del año 2010. Parece acercarse una crisis energética del mundo industrializado nunca antes vista.

Como todos sabemos, el precio del petróleo se ha ido disparando en las dos últimas décadas. Desde el principio del siglo XXI hemos vivido los años más calientes de los últimos 1.000 años.

El llamado Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático, organizado por la ONU, ha aconsejado reducir las emisiones de carbono en un 60 por ciento. Gobiernos como el del Presidente George Bush se niegan a oír ese consejo. Peor aún, ese Gobierno se pasando de 18 dólares el barril en 1988 a 124 dólares por barril en el 200810. A pesar de haberse multiplicado por seis el precio del petróleo, las emisiones de dióxido de carbono no han disminuido. Todo indica que esta situación obligará a los países de Norteamérica a volver a producir carbón. De hecho, la producción de plantas de generación de energía alimentadas por carbón en Estados Unidos ha crecido notablemente en los últimos años. En febrero de 2004 se habían planificado al menos 100 nuevas plantas de generación eléctrica con carbón en más de 36 Estados. Si se llega a poner en funcionamiento la mitad de esas plantas, tendremos un nuevo factor de incremento de las emisiones de carbono.

A este panorama se suma la producción de los llamados biocombustibles, que no es una solución al problema del cambio climático, y que más bien podrían agravarlo.

Un informe de la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación11, dice que la disponibilidad de alimentos puede verse amenazada por la producción de biocombustibles en el momento en que la tierra, el agua y otros recursos ya no se destinan a la producción de alimentos. Este fenómeno ya lo estamos viviendo en Bolivia.

Como todos sabemos, la demanda de maíz y soja ha aumentado rápidamente en los últimos años, desde que se comenzó a hablar de biocombustibles, poco después del año 2000. Desde esa fecha han subido los precios de esos dos productos y, por tanto, se destina cada vez más hectáreas de tierra para producirlos y menos para el trigo, por ejemplo. Esto ha  producido, como era de esperar, un aumento en el precio del trigo y, por tanto, en el de la harina y el pan. La subida del precio de la soja, a su vez, impactó en el precio de los aceites para cocinar. El pollo, la carne de ganado y los lácteos también subieron, puesto que todos estos animales son grandes consumidores de maíz y soja. Toda esta cadena de efectos negativos en la economía popular la estamos viviendo en este momento en Bolivia.

Hoy, hasta el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional dicen que el actual alza mundial en el precio de los alimentos se debe en parte a la producción de los biocombustibles.

Y hasta un conocido diario de Estados Unidos, The New York Times, dice que el mundo “desarrollado” está provocando efectos negativos a la crisis económica “al respaldar la producción de biocombustibles”.

A esto hay que añadirle, un informe elaborado por un grupo de científicos relacionados al Premio Nóbel de Química, Paul Crutzen, que dice que la aplicación de fertilizantes en los campos destinados a biocombustibles genera grandes cantidades de óxido nitroso, uno de los gases causantes del llamado “efecto invernadero”.

Por todos estos datos, no nos equivocamos quienes decimos que alimentar de gasolina a los autos es lo mismo que quitarles alimento a los seres humanos.

El planeta necesita controlar el consumo excesivo de energía y desarrollar energías alternativas. La energía solar, la geotérmica, la energía eólica, la hidroeléctrica en pequeña y mediana escala son opciones que debemos impulsar.

El desarrollo de energías limpias y amigables con la naturaleza es otra de las tareas fundamentales para salvar el planeta, la humanidad y la vida.

  1. Respeto a la Madre

La tierra no puede entenderse sólo como un recurso natural. La verdad es que detrás de toda la crisis del cambio climático y de la crisis energética está la lucha entre dos maneras de entender el mundo: una que convierte a la tierra en mercancía y otra, la que defendemos nosotros, los pueblos indígenas del planeta, que nos dice que la tierra es el hogar de todos los seres vivos. La tierra es la vida misma.

Hoy, nuestra Madre Tierra está enferma, enferma de capitalismo. Y como toda madre enferma, la Madre Tierra apenas puede dar cobijo y abrigo a sus hijos. Diferentes investigaciones12 nos demuestran que de las poco más de 40 mil especies de animales que existen en el planeta, más de 12 mil están en peligro de extinción. Un pájaro de cada ocho puede desaparecer para siempre. Un mamífero de cada cuatro está amenazado. Tres insectos de cada cuatro están en riesgo de desaparecer definitivamente.

Es increíble saber que estamos viviendo la crisis más grave de extinción de las especies vivas en la historia de la vida en el planeta Tierra. La tasa de extinción de las especie vivas es en la actualidad 100 veces más acelerada que en los tiempos en los que los seres humanos no poblábamos el planeta. Es increíble saber que hoy mismo existe tres veces más agua dulce en las represas que en los ríos del planeta.

No podemos seguir contaminando a nuestra Madre Tierra. En el centro del océano Pacífico, dicen los estudios, hay tres kilogramos de plástico por cada medio kilogramo de plancton, el alimento de los peces.

No podemos aceptar que el sistema capitalista reduzca a la tierra a ser una simple mercancía. La tierra y la biodiversidad no deben ser bienes que pueden ser vendidos y acaparados bajo las leyes del mercado. Nosotros, los pueblos indígenas y campesinos de Bolivia, vivimos  hoy mismo, en carne propia, el peligro de la 7Los servicios mercantilización de la tierra. Sabemos que a concentración de la tierra en pocas manos es la fuente de todas las injusticias sociales y de los más grandes atropellos contra la tierra misma. Especular con la tierra, sobreexplotar la tierra y acumular tierra sólo puede llevar a un mayor desequilibrio social y ambiental.

La tierra tiene que ser manejada con criterios comunitarios, de complementariedad y respeto. Es la sociedad en su conjunto la que tiene que gestionar de manera responsable y armónica la tierra y todos los recursos que ella cobija.

El respeto a la Madre Tierra y su gestión comunitaria es esencial para curar el planeta y salvar la vida.

  1. Los servicios básicos como un derecho humano

Nosotros, los pueblos indígenas del planeta, proclamamos que los servicios básicos de educación, salud, agua, comunicación, transporte y acceso a la informática son un derecho humano. Son un derecho humano porque se trata de servicios fundamentales para la vida en sociedad. Por eso, porque se trata de un derecho humano fundamental, estos servicios no pueden convertirse en negocio privado, deben constituirse en la base de los servicios públicos.

¿Cuál es la situación del mundo hoy si hablamos del conocimiento? Lo que vemos,en países y regiones, son pequeños oasis del conocimiento en medio de grandes desiertos de postergación y marginamiento. Éste ha sido, en gran medida, el resultado de la privatización de los sistemas educativos en las últimas décadas. La calidad de la educación pública, con contadas excepciones en el mundo, se ha venido deteriorando. Los Estados han ido disminuyendo sus presupuestos para la educación y se han concentrado en la educación primaría y una formación orientada a la producción. La educación, en general, y el derecho de saber leer y escribir, se han convertido en el patrimonio de los que más tienen y en una esperanza casi inalcanzable para los más pobres, para la mayoría de la población en el planeta.

Y si pensamos en quiénes tienen en sus manos la ciencia y la tecnología en el planeta, nuevamente encontramos pequeñas islas privatizadas en medio de inmensos océanos públicos de exclusión, marginamiento y postergación. Son las grandes empresas transnacionales, a través de un complejo sistema de propiedad intelectual, las que mantienen y pagan los costos de la ciencia y la tecnología en el planeta. La educación y el conocimiento en manos privadas tiene un solo objetivo: perpetuar y reproducir el sistema capitalista que está hiriendo de muerte al planeta. Para romper el monopolio del conocimiento y colocarlo al servicio del conjunto de la humanidad es fundamental garantizar la educación como derecho humano, y por lo tanto, como servicio público, accesible a toda la sociedad y garantizando la democratización del acceso al conocimiento.

La investigación científica no puede ser privatizada. Tienen que desarrollarla los Estados, promoviendo un acceso libre y gratuito a sus logros, a través de patentes libres y abiertas que han demostrado su eficacidad tanto científica como económica.

El derecho humano a la salud bajo el sistema capitalista se está convirtiendo en letra muerta. La salud pública en la gran mayoría de los países del mundo es absolutamente deficiente y abarca a sólo una parte de la población. Sólo quienes tienen dinero pueden acceder a los servicios de salud. La salud es cada vez más un negocio y no un servicio a todo ser humano. Grandes compañías de seguros y sistemas privados de salud tratan a las personas como consumidores, como compradores de una mercancía, y esa mercancía es nada menos que el derecho a la vida. La situación se agrava por el creciente monopolio de las patentes de los medicamentos en manos de un grupo de 8Consumir grandes empresas farmacéuticas. El financiamiento para la investigación de nuevos medicamentos no se dirige a las grandes  enfermedades que aquejan a la humanidad, sino a aquellas que más ganancias generan.

  1. Consumir lo necesario y priorizar el consumo de lo que producimos localmente

La salud es un derecho humano y no puede ser tratada como un negocio privado, debe mantenerse y fortalecerse como servicio público universal y de calidad para todos.

El mundo de hoy, es el mundo de las telecomunicaciones, el transporte y el acceso a la informática. Estos servicios no pueden ser vistos como oportunidades de negocios porque una población sin la posibilidad de comunicarse con los demás es una población aislada y marginada. Hoy, y a pesar de la importancia de estos servicios, las estadísticas muestran que las inversiones se concentran especialmente en aquellos sectores que pueden pagar estos servicios y generar jugosas utilidades. El derecho a la comunicación es un derecho humano que no puede estar controlado por grandes transnacionales. La sociedad en su conjunto debe recuperar estos servicios para convertirlos en servicios públicos, universales y de acceso a toda la población.

Para salvar al planeta es fundamental garantizar estos derechos humanos para toda la población. Una población sin derechos es una población incapaz de defender la Madre Tierra. Por eso nuestra tarea es garantizar que estos servicios sean derechos humanos a través de una eficiente gestión pública y social.

Hay hambre en un mundo de abundancia y derroche. Cada día, 100.000 seres humanos mueren de hambre13. El hambre en los países llamados “subdesarrollados” es la causa del 95 por ciento de las muertes. Cada cinco segundos, un niño menor de diez años muere de hambre. Cada cuatro minutos, alguien pierde la vista debido a la falta de Vitamina A. Hay 854 millones de seres humanos gravemente infraalimentados, mutilados por el hambre permanente.

Estudios de la FAO señalan que con las actuales fuerzas de producción agrícola se podría alimentar a 12.000 millones de seres humanos, es decir, casi el doble de la población mundial actual15. Sin embargo, no se produce lo necesario para alimentar a toda la población mundial, sólo se produce lo que ordena el mercado y la ansiedad de ganancias siempre creciente.

Tenemos que acabar con el consumismo, el derroche y el lujo. En la parte más pobre del planeta, mueren millones de seres humanos de hambre cada año; en la parte más rica del planeta, al mismo tiempo, se gastan millones  de dólares para combatir la obesidad. Consumimos en exceso, derrochamos los recursos naturales y producimos la basura que contamina a la Madre Tierra.

A la crisis del cambio climático y a la crisis energética, se suma ahora una crisis alimentaria creciente que está muy vinculada a las otras dos crisis. El precio de los alimentos se ha encarecido en 45 por ciento en los últimos nueve meses16. Los cereales han tenido un alza del 41 por ciento; los aceites vegetales han subido en un 60 por ciento y los productos lácteos en un 83 por ciento. La CEPAL calcula que un incremento del 15 por ciento en el precio de los alimentos eleva la incidencia de la indigencia en casi tres puntos, del 12,7 por ciento al 15,9 por ciento. El alza en el precio del barril del petróleo ha incrementado los costos de producción y transporte de los bienes agrícolas. A ello hay que sumarle el efecto de los desastres naturales ocasionados por el cambio climático en varias regiones agrícolas del planeta. La producción de biocombustibles también contribuye al alza del precio de los alimentos.

Esta crisis alimentaria va a ser profundizada por otro factor: el libre mercado. En 2006 las exportaciones de alimentos subieron en un ocho por ciento con respecto a años anteriores. Sin embargo, la producción de alimentos per cápita apenas creció en un 1,1 por ciento en nueve años. La distribución de alimentos se realiza cada vez más según las presiones del mercado y no por las necesidades de la población. Grandes países exportadores agrícolas tienen poblaciones con hambre crónica. La producción y comercialización de alimentos tiene que estar regulada socialmente y no puede estar librada a las fuerzas del libre mercado.

Los países debemos priorizar el consumo de lo que producimos localmente. Un producto que recorre la mitad del mundo para llegar a su destino no puede ser más barato que aquél que se produce nacionalmente. Pero, si tomamos en cuenta los costos ambientales del transporte de dicha mercadería y el consumo de energía y la cantidad de emisiones de carbono que genera, entonces podemos llegar a la conclusión de que es más sano para el planeta y la humanidad priorizar el consumo de lo que se produce localmente. El modelo neoliberal priorizó la agricultura comercial agro-exportadora. Hoy tenemos que revertir esa tendencia y buscar cada vez más el desarrollo de la producción para el consumo interno, especialmente en relación a los alimentos y a los productos básicos. El comercio exterior debe ser un complemento de la producción local. De ninguna manera podemos privilegiar el mercado externo a costa de la producción nacional. Un informe de la ONU considera que el mercado global de alimentos básicos, como el trigo, es demasiado sensible a variaciones imprevistas de precios, por lo que los países que importan la mayor parte de lo que comen están expuestos a padecer hambrunas.

No podemos permitir que a título de incrementar la productividad se generalicen los alimentos genéticamente modificados. La naturaleza no puede ser sometida a los caprichos de un laboratorio sin que en el futuro se sufran las consecuencias de los llamados productos transgénicos.

Consumir lo necesario y priorizar el consumo de lo que producimos localmente es prioritario para salvar el planeta, la humanidad y la vida.

  1. Respeto a la diversidad de culturas y economías

El capitalismo nos ha querido uniformizar a todos para volvernos en simples consumidores. Para el Norte hay un sólo modelo de desarrollo, el suyo. Las recetas neoliberales del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional han llevado a la crisis a la mayoría de los países. Sin embargo, la Organización Mundial del Comercio insiste con esta receta única para todos los países del planeta. Los modelos únicos a nivel económico vienen acompañados de procesos de aculturación generalizada para imponernos una sola cultura, una sola moda, una sola forma de pensar y ver las cosas: la del capitalismo. La globalización capitalista pasa así a destruir la riqueza de la vida, su diversidad.

Nosotros, los pueblos indígenas del planeta, no creemos en soluciones únicas para todo el mundo. Los seres humanos somos diversos. Vivimos en pueblos con identidad propia, con una cultura particular. Destruir una cultura, atentar contra la identidad de un pueblo, es el más grave daño que se le puede hacer a la humanidad.

Nosotros, los pueblos indígenas del planeta, creemos que no ha habido ni habrá un único modelo de vida que pueda salvar al mundo. Somos conscientes de que vivimos y actuamos en un mundo plural, y un mundo plural debe respetar la diversidad, que es el otro nombre de la vida.

El respeto y la complementariedad pacífica y armónica de las diversas culturas y economías es esencial para salvar al planeta, la humanidad y la vida.

  1. Vivir Bien

Construir un socialismo comunitario en armonía con la Madre Tierra. Ésta es nuestra manera de estar en el mundo. Nuestra visión de armonía con la naturaleza y entre los seres humanos es contraria a la visión egoísta, individualista y acumuladora del modelo capitalista.

Nosotros, los pueblos indígenas del planeta, queremos contribuir a la construcción de un mundo justo, diverso, inclusivo, equilibrado y armónico con la naturaleza para el Vivir Bien de todos los pueblos.

Decimos Vivir Bien porque no aspiramos a vivir mejor que los otros. No creemos en la concepción lineal y acumulativa del progreso y el desarrollo ilimitado a costa del otro y de la naturaleza. Tenemos que complementarnos y no competir. Debemos compartir y no aprovecharnos del vecino. Vivir Bien es pensar no sólo en términos de ingreso per-cápita, sino de identidad cultural, de comunidad, de armonía entre nosotros y con nuestra Madre Tierra.

Los pueblos indígenas del planeta creemos en un socialismo comunitario en armonía con la naturaleza. Un socialismo basado en el pueblo, en las comunidades y no en la burocracia estatal que antepone sus privilegios a los del conjunto de la sociedad. En nuestra práctica indígena las autoridades son servidores de la comunidad y no personas que se sirven de la comunidad. El socialismo comunitario es aquel que antepone los intereses de la comunidad a los privilegios de unos cuantos poderosos. El socialismo comunitario es pensar en el bien común antes que en el beneficio individual. El socialismo comunitario es luchar por los derechos humanos, por los derechos económicos, sociales y culturales.

Pero el socialismo comunitario que pregonamos, a diferencia de otros modelos que fracasaron en el pasado, piensa no sólo en el hombre sino en la naturaleza y la diversidad. No se trata de seguir con un modelo desarrollista único, de industrialización a toda costa. Nosotros no creemos en el progreso ilimitado sino en el equilibrio y la complementariedad entre seres humanos, y fundamentalmente con la Madre Tierra.

No tenemos muchas alternativas. O seguimos por el camino del capitalismo y la muerte, o avanzamos por el camino de la armonía con la naturaleza y la vida.

Los pueblos indígenas seguiremos hablando hasta lograr un verdadero cambio. Nuestra voz viene de lejos. Nuestra voz es la voz de los nevados que pierden sus ponchos blancos.

No es fácil el cambio cuando los que han sido siempre poderosos tienen que renunciar a sus privilegios y ganancias. No tenemos muchas alternativas. O se mantienen los privilegios de esos poderosos o se garantiza la sobrevivencia de la vida en la Tierra. Esto que digo viene de mi propia experiencia. Hoy mismo, en mi propio país, tenemos que elegir. O esos privilegios o el Vivir Bien. Sé que el cambio en el mundo es mucho más difícil que en mi país, pero tengo absoluta confianza en el ser humano, en su conciencia, en su capacidad de razonar y aprender de sus errores. Creo que los seres humanos somos capaces de recuperar nuestras raíces. Creo que el ser humano puede construir un mundo más justo, un mundo diverso, inclusivo y equilibrado, un mundo que viva en armonía con la naturaleza, con la Madre Tierra.

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Evo Morales Ayma, Presidente Electo del Estado Plurinacional de Bolivia, nació el 26 de octubre de 1959, en Isallavi, cantón Orinoca, muy cerca al lago Poopó de Oruro. Desciende de una familia aymara, nación indígena que tiene como pilares fundamentales en la formación de toda persona, tres palabras sabias: ama sua (no seas ladrón), ama quella (no seas flojo) y ama hulla (no seas mentiroso).

 

Leonardo Boff es teólogo brasileño, escritor y profesor universitario, exponente de la Teología de la Liberación en Brasil. Fue miembro de la Orden de los Frailes Menores, más comúnmente conocido como Franciscanos. Es respetado por su historial de defensa de causas sociales y debatir cuestiones ambientales. Columnista del Jornal do Brasil, escribió Francisco de Asís: la ternura y vigor, Vozes 2000.

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