(SPANISH) AL ASALTO DE BURKINA FASO

COMMENTARY ARCHIVES, 17 Jul 2009

Françoise Gérard

La crisis alimentaria de 2008 relanzó el debate sobre las biotecnologías que supuestamente deberían incrementar la productividad de la agricultura africana. Los campesinos del continente negro desconfían de las consecuencias sanitarias y sociales de los organismos genéticamente modificados. Por esa razón, Monsanto decidió emplear grandes medios para imponerse, con la ayuda del presidente burkinés Blaise Compaoré.

Burkina Faso, un pequeño Estado que se cuenta entre los más pobres del mundo, se ha lanzado discretamente al cultivo de organismos genéticamente modificados (OGM), en este caso el algodón Bt [1]. La asociación de este país con el productor de semillas estadounidense Monsanto, revelada al gran público en 2003, suscitó gran controversia entre los campesinos y las asociaciones locales porque representa un test para el desarrollo de los OGM en toda África Occidental.

¿Cómo llegó Burkina Faso a trabajar con una empresa célebre por su herbicida Roundup y su “agente naranja” [2]? La sacrosanta “lucha contra la pobreza”, a la cual los OGM aportarían su contribución, dinamizando la agricultura burkinesa, parece haber sostenido la explicación; pero las motivaciones reales de los socios sólo comienzan a hacerse conocer bajo la presión de las asociaciones…

Los primeros ensayos del algodón Bt comenzaron dentro del mayor secreto en Burkina Faso en 2001, violando la Convención sobre Diversidad Biológica y el Protocolo de Cartagena sobre Bioseguridad de 2000. Esos tratados internacionales estipulan que los países involucrados deben tener un marco legislativo y tomar las mayores precauciones antes de comenzar el cultivo de OGM. Además, los signatarios se comprometen a informar a la población de los peligros que dichos cultivos suponen y a no tomar ninguna decisión sin una amplia concertación pública.

Sin embargo, recién en 2003, durante un taller sobre bioseguridad en Uagadugú, capital de Burkina Faso, la Liga de Consumidores se enteró de la existencia de esos ensayos y divulgó lo que el Instituto de Medio Ambiente y de Investigación Agrícola (Inera) había disimulado. Monsanto aseguró que los ensayos se habían efectuado en “espacios confinados”.

En realidad, se trataba de parcelas rodeadas de cercos de red despedazados.
Fue entonces, “una vez consumados los hechos”, cuando Burkina Faso se puso en regla, haciendo ratificar por el Parlamento, en abril de 2006, el Régimen de Seguridad en Biotecnología.

Los setenta y cinco artículos de esta Ley habrían podido tranquilizar a los opositores de los OGM, si no fuera porque está estipulado que su objetivo es “garantizar la seguridad humana, animal y vegetal, y la protección de la diversidad biológica y del medio ambiente” (art. 22), y porque la Agencia Nacional para la Bioseguridad (ANB) está encargada de la evaluación de los riesgos. Ahora bien, precisamente porque los riesgos son incontrolables es que sus opositores cuestionan los cultivos de OGM [3]…

Un lugar estratégico

Monsanto eligió Burkina Faso porque es el mayor productor de algodón de África Occidental, antes de Mali, Benín y Costa de Marfil. Además, su situación geográfica lo convierte en un caballo de Troya de las biotecnologías en la región. Las fronteras son porosas: se sabe que las fábricas desmotadoras favorecen los intercambios involuntarios.

La contaminación “accidental” de las plantas por los OGM beneficia a las firmas conquistadoras, porque una planta contaminada ya no puede volver a su estado anterior y nada distingue ante el ojo desnudo una planta genéticamente modificada de otra.

Además, los controles técnicos, muy costosos, no están al alcance de las comunidades rurales. Cautelosamente, los OGM se van imponiendo a espaldas de los ciudadanos. Aunque Benín renovó por cinco años una moratoria sobre los OGM, Mali acaba de ceder a la presión y autorizó los ensayos de algodón Bt.

Burkina Faso era el eslabón débil de la región porque su presidente, Blaise Compaoré, intentaba restablecer relaciones con la “comunidad internacional” después de haber apoyado activamente al ex presidente de Liberia Charles Taylor [4] –sospechoso de haber alimentado el tráfico de armas y de diamantes en la subregión– durante la mortífera guerra civil de Liberia en los años 90.

En pocos años, Burkina Faso se convirtió en un alumno modelo de las instituciones financieras internacionales y de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Así, la asociación con Monsanto constituyó un gesto político hacia Estados Unidos, muy descontento por la actitud de Compaoré en Liberia.

A partir de 2003, el ministro de Agricultura Salif Diallo hizo del algodón OGM su caballito de batalla. La Unión Nacional de Productores de Algodón (UNPCB), dirigida por François Traoré, después de haber manifestado sus inquietudes, modificó sus posiciones a cambio de un 30% de participación en la Sociedad de Fibras Textiles (Sofitex), principal empresa algodonera burkinesa, privatizada a pedido del Banco Mundial.

Campesinos disidentes crearon en 2003 el Sindicato Nacional de Trabajadores del Agro Pastoril (Syntap), en una salvaje oposición a los OGM. Un líder campesino, Ousmane Tiendrébéogo, se rebeló: “Nosotros no contamos más que con la agricultura, por eso no hay derecho a jugar a la ruleta rusa con nuestro futuro”. Frente a la UNPCB se encontraban tres empresas algodoneras: la Sofitex en la región oeste, la Sociedad Algodonera de Gourma (Socoma, ex Dagris), en la región este, y Faso Coton, en la región centro.

Estas empresas constituyen un monopolio que, con la UNPCB, fija el precio anual: para 2008, 165 francos CFA –moneda de los 14 países de la Comunidad Financiera Africana– (0,25 euros) el kilo de algodón “de primera selección”. Esas empresas proveen –a crédito– los insumos, los insecticidas y los herbicidas necesarios y luego, cuando la cosecha se ha realizado, vienen a recoger la fibra al campo para llevarla a la desmotadora.

Esta “responsabilidad”, heredada de la época colonial, tiene doble filo, porque no le deja ninguna autonomía al productor. Como propietario de su parcela, teóricamente puede abandonar el algodón, si piensa que el beneficio que da es insignificante, y adoptar otro cultivo rentable, como el sésamo [5].

Pero en realidad, su endeudamiento y su escaso nivel de instrucción, así como los productos suministrados por las empresas algodoneras, lo hacen muy dependiente del sistema. Yezuma Do, productor, relata: “Vinieron con las autoridades y los gendarmes para decirnos que el año próximo todos haremos algodón Bt, porque es mejor para nosotros. Pero no nos dicen el precio de las semillas. Y si nos negamos, la UNPCB nos advierte que no podremos desmotar nuestro algodón convencional en la región”. Cansado de guerra, Do está pensando, junto con muchos de sus vecinos, en renunciar al cultivo del algodón.

La UNPCB y las sociedades algodoneras se han constituido como Asociación Interprofesional del Algodón en Burkina (AICB). En concertación con los investigadores del Inera y con Monsanto, la AICB supervisa la formación de los técnicos y de los productores. Ella es quien fijará el precio de la semilla Bt para 2009… Y el círculo se cierra. En 2008, se cultivaron 12.000 hectáreas de algodón Bt, tipo Bollgard II, con el fin de procurar las semillas para 300.000 a 400.000 hectáreas, ya que la ANB había autorizado la producción comercial del algodón Bt para 2009.

¿Qué ocurrirá realmente? Aunque la semilla de algodón convencional recogida en la cosecha sólo cuesta 900 francos CFA (1,37 euros) por hectárea, los derechos de propiedad intelectual (DPI) que se le deben a Monsanto pueden llegar a superar los 30.000 francos CFA (45 euros) por hectárea [6]. Se limitan a tranquilizar a los campesinos prometiéndoles que el precio no excederá sus recursos.

Un frente opositor

Se ha constituido un frente anti OGM que reúne a las asociaciones, y se denomina Asociación para la Conservación del Patrimonio Genético Africano (Copagen). Grupos de países vecinos también lo integran: Benín, Mali, Costa de Marfil, Níger, Togo y Senegal. Aunque su capacidad financiera sea restringida, la Copagen organizó en febrero de 2007 una caravana a través de la subregión, con el fin de sensibilizar e informar a las poblaciones acerca del peligro que los amenaza. Esta manifestación culminó con una marcha de protesta en las calles de Uagadugú.

En las pancartas podía leerse: “No al dictado de las multinacionales”, “Cultivar bio es verdaderamente proteger nuestro medio ambiente”, “Los acuerdos de asociación económica [7] y los OGM no son soluciones para África, incluso están en contra de nosotros: stop-reflexiona-resiste”.

Un participante resumía de este modo el problema: “Si es así, ¡no queremos los OGM! ¿Nuestros dirigentes trabajan verdaderamente para nuestro bien? Hay que introducir desde ahora en todas partes la información y la sensibilización sobre los OGM; nunca entrarán en África…”. Y es preciso estar alerta ante los efectos de la “propaganda” de los defensores del algodón transgénico.

Es verdad que el frente pro OGM no escatima en gastos, ya que goza del apoyo del Gobierno: conferencias de prensa, viajes de estudios íntegramente pagados, salidas al campo, películas “informativas”… Los folletos en papel glasé de Monsanto describen un mundo idílico, con ayuda de las estadísticas del Inera.

Afirman que las semillas OGM Bollgard II aportarán un aumento promedio de rendimiento del 45%, una reducción de los pesticidas de seis a dos pasadas, una reducción del 62% en los costos, todo lo cual supondrá una economía de 12.525 francos CFA por hectárea (unos 20 euros) y, en consecuencia, una ventaja para la salud de los cultivadores y para el medio ambiente.

Pero nada parece más aleatorio que el “rendimiento promedio” en un país sometido a una pluviometría caprichosa. Si no llueve, puede suceder que los campesinos se vean obligados a realizar hasta dos o tres siembras sucesivas. Cuando el precio de las semillas es muy poco importante, “sólo” se trata de una sobrecarga de trabajo. Pero si hay que pagar los DPI, ¿cuánto saldrá una hectárea de algodón? Además, está probado que el gen milagroso sigue siendo sensible a la sequía y que degenera a medida que la planta crece.

Un último inconveniente: durante un taller moderado por la Unión Europea, en el que participaba François Traoré, se instruyó a los productores de algodón para guardar un stock de pesticidas de seguridad, “por si acaso”. Lo cual significa que, con toda seguridad, el recurso a los productos químicos no disminuirá.

En efecto, dos fenómenos pueden producirse: la aparición de orugas resistentes al gen (en cuatro o cinco años) y de agentes devastadores secundarios no controlados por el gen. Estados Unidos e India se han visto enfrentados a este problema. Curiosamente, aunque el Comité Consultivo Internacional del Algodón (CCIC) [8], reunido en Uagadugú del 17 al 21 de noviembre de 2008, alabó el éxito espectacular del algodón Bt indio (seis años consecutivos de rendimientos crecientes), no se hizo ninguna mención a la ola de suicidios entre los pequeños productores arruinados por una producción muy inferior a lo que se les había hecho esperar.

En cuanto a la reducción de los costos, resulta muy azaroso adelantar una cifra cuando Monsanto guarda celosamente el secreto del precio de los DPI, que se agregarán a los insumos y herbicidas. Suponiendo que los rendimientos sean mejores [9], la diferencia no permitirá nada más que enjugar el sobrecosto de los DPI.

El argumento al que los cultivadores son más sensibles sigue siendo la disminución de los pesticidas, con la que Monsanto juega. En efecto, durante los días en que se esparcen los pesticidas, es frecuente que los agricultores duerman en sus campos con toda su familia, exponiéndose así a la toxicidad agresiva de esos productos químicos.

Sin embargo, es posible utilizar un insecticida natural extraído del neem, un árbol muy común en África Occidental. Cierto encuadre técnico es suficiente, como lo muestran las experiencias llevadas a cabo en Mali por la Compañía Maliense para el Desarrollo de los Textiles (CMDT) en el 10% de la superficie algodonera. En 2001, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) lanzó un Proyecto de Gestión Integrada de la Producción y de los Predadores (GIPD) dirigido a reducir, e incluso a suprimir, la utilización de los pesticidas.

Sin embargo, nada se hizo para que ese programa GIPD superara el estadio de prueba piloto. Además, “la UNPCB se comporta como una milicia dentro del mundo campesino, reforzando la política de la Sofitex, que nos impone insumos e insecticidas, sin darnos la posibilidad de rechazarlos”, protesta Yezuma Do.

Entre las soluciones de recambio a los OGM existe el algodón bio y equitativo que la asociación Helvetas lanzó en Mali en 2002, y en Burkina Faso en 2004: ningún producto químico, estiércol orgánico (gratuito), cosecha de primera calidad… El suelo se regenera, no se degrada. El kilo de algodón se paga 328 francos CFA (0,50 euros) al productor, contra los 165 francos CFA (0,25 euros) del algodón convencional. La red agrupa ya a unos 5.000 pequeños productores en unas 7.000 hectáreas, distribuidos en tres regiones, en el oeste, centro y este de Burkina Faso.

Pero varios factores parecen frenar su expansión: además de las presiones contantes y sonantes de Monsanto, aliada a las instituciones financieras internacionales, el transporte del estiércol orgánico requiere un asno y un carro. Y son escasos los campesinos que disponen de esos medios.

Según Abdoulaye Ouégraogo, responsable de la sección algodón de Helvetas Burkina, “aquí no hay futuro para los OGM. En primer lugar, por razones climáticas. Luego, porque los pequeños productores no aplicarán jamás las consignas. Ellos se preocupan en primer lugar por llenar los graneros para alimentar a la familia, y el algodón viene sólo después. No es como en Estados Unidos, donde se practica el monocultivo hasta el infinito…”.

El encarnizamiento pro OGM se explica entonces no sólo por la voluntad de las transnacionales, sino también por el enriquecimiento que logra una clase privilegiada en detrimento del interés del país.

NOTAS:

[1] El algodón Bt es una variedad local a la cual se le ha agregado un gen obtenido de una bacteria del suelo, el Bacillus thuringiensis, mortal para algunos agentes devastadores del algodón.

[2] Sobrenombre dado al herbicida –extremadamente tóxico para el ser humano– más empleado por el ejército de Estados Unidos en Vietnam, con el fin de destruir las cosechas y defoliar los bosques, impidiendo así que los vietnamitas se escondieran. Véase Francis Gendrau, “El agente naranja aún mata en Vietnam”, Informe-Dipló (www.eldiplo.org), 16-11-06.

[3] Véase Aurélien Bernier, “La poudre aux yeux de l’évaluation des OGM ravageurs”, Le Monde diplomatique, París, noviembre de 2006.

[4] Actualmente Taylor está siendo juzgado por el Tribunal Especial para Sierra Leona por haber apadrinado en ese país al Frente Revolucionario Unido (RUF), movimiento rebelde responsable de crímenes contra la humanidad.

[5] Una asociación italiana había lanzado un programa para la exportación de sésamo, muy ventajosa para los productores. Pero temiendo la competencia con el algodón, las autoridades lo hicieron fracasar.

[6] Véase el sitio de la asociación Grain que dispone de una documentación muy completa: www.grain.org

[7] Los Acuerdos de Asociación Económica (APE) son acuerdos comerciales mediante los cuales la Unión Europea trata de desarrollar el librecambio con los países del Sur. Teniendo en cuenta la oposición manifestada por la población y por numerosas asociaciones, las negociaciones, iniciadas en 2000, no pudieron concluirse con todos los países. Véase la página “Stop APE” en el sitio de la Asociación por una Tasa a las Transacciones Financieras y de Ayuda a los Ciudadanos (ATTAC):www.france.attac.org/spip. php?rubrique1039

[8] El Comité Consultivo Internacional del Algodón (CCIC) reúne todos los años a los más grandes productores de algodón del mundo y a sus asociados. Sus previsiones para 2009 son pesimistas.

[9] Salif Diallo, ministro de Agricultura, prometía rendimientos de 3 a 3,5 toneladas por hectárea… Pero los mejores ensayos de OGM han dado un promedio de 1,3 toneladas por hectárea.

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